jueves, 17 de febrero de 2011

Justicia es la divina


Estacionar en el centro, me salió caro

Tenía que ir al centro y como siempre, después de estacionar, fui a pagar el “Uso del espacio público”. Allí en el kiosco, me entero que 18 días atrás, me había pasado del tiempo de estacionamiento y que tenía una multa. En el kiosco podría haber pagado 75 pesos y asunto concluido, pero como estaba seguro de haberme retirado en el tiempo de gracia otorgado, fui al Juzgado de Faltas, que quedaba a un par de cuadras de donde me encontraba.

Grande fue la sorpresa cuando me enteré que tenía 3 infracciones por cruzar semáforos en rojo y que jamás había sido notificado.

Arranqué por el Juzgado 1, porque tenía causas en todos. Allí intenté justificar que había estacionado por espacio de una hora y quince minutos, pero que los últimos 10 minutos había permanecido en el auto, con lo cual tendría que haber visto al inspector que me infraccionó y que no colocó la oblea naranja. No hubo caso, ellos me computaron una hora y 18 minutos y por ello me pusieron tarjeta amarilla (una amonestación) que se tradujo en el pago de $ 30.

De allí pase al Juzgado 4, donde el tema era mas espinoso. Había tres infracciones por cruzar semáforos en rojo. La primera databa del 2006 y al solo hecho de manifestar que había renovado el carnet de conductor en el 2008 con el correspondiente libre deuda, esta infracción cayó.

Quedaban las otras 2, una del 2009 y otra del 2010, en las cuales figuraba como notificado, pese a que jamás me había enterado del tema. Por supuesto, esperé en vano al secretario del juzgado, que primero avisó que llegaba tarde y luego que no iría.

Mientras esperaba, convencido de no haber cometido la infración, observaba la cuentita previa decía 2 mil y pico por ambas infracciones y 945 en caso de pago voluntario, cifras a las que no llegaba de ninguna manera, a esta altura del año luego de haber pagado ARBA, el Municipal y otras yerbas.

Le dije que no reconocía las infracciones al empleado que se apiadó de mi y me atendió. Le señalé que era la palabra del inspector contra la mía y me contestó que el Juez siempre le da validez a lo que dice el Acta. Me sentí un renacuajo. Ante esta situación en la que llevaba todas las de perder, dije: ¡las pago!, pero haganme un plan de cuotas, a lo que me respondieron que era imposible.

Masticando bronca, bajé los 30 y tantos escalones del Juzgado. Subí al auto, le di arranque, paré en el semáforo y cuando tuve luz verde y estaba a punto de pisar el acelerador, un carro cartonero guiado por un chico de unos once años se cruzó delante mío por la calle transversal y atrás un taxi. Conté hasta 10, tragué saliva y me dije: ¡Que Dios se apiade de los justos!


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